jueves, 31 de marzo de 2011

Tu voz

¡Cuánto disfruto escuchando tu voz!  Esta tarde te llamé al móvil por un asunto menor  que debíamos resolver, pero tu voz me distrajo completamente de ese tema, devolviéndome los recuerdos de esos momentos tan agradables y divertidos que compartimos con tan buena sintonía, empatía y gratitud mutuas.  Tu voz siempre amable, educada, sonriente, encantadora y con ese acento inconfundible, me recordó cuánto te echo de menos, tus excelentes cualidades y la fuerza de tu presencia, aunque no estuvieses físicamente a mi lado. Son esas personas que tanto nos influyen y emocionan, que tanto nos aportan, que tanto queremos, admiramos  o que tanto han contribuido a nuestra felicidad las que con tan sólo el tono de su voz, de su inconfundible voz, nos sugieren y devuelven las mejores vivencias y sentimientos que una vez disfrutamos junto a ellas.

sábado, 19 de marzo de 2011

Transmitiendo una emoción

Hay personas con la capacidad innata de transmitir emociones de una forma tan intensa y especial, que nos regalan instantes en la vida imposibles de olvidar. Es su mirada, su sonrisa y su forma de hablarnos, en definitiva, su expresividad, la que provoca que nos sintamos especialmente bien a su lado, disfrutando  de la persona que te hace sentir muy importante y especial ante sus ojos, aunque solo fuese por unos segundos...   
   El pasado sábado 26 de Febrero asistí junto a una buena amiga a la representación de la obra  “Sin balas” en el auditorio de Cabezo de Torres (Murcia), interpretada por las dos excelentes actrices del dúo cómico “Las Grotesqués”.  Durante casi dos horas de representación, desde un escenario sobrio con muy pocos elementos –acaso alguna que otra silla, mesa o armario–  y sin apenas decoración, el peso de la obra recaía en la magistral interpretación de dos mujeres, que con sus gestos y expresividad simulaban todo lo que no se podía ver en el escenario: caballos, carruajes, tropas de indios y vaqueros galopando a toda velocidad, peleas con tiros por todos lados…, con el mérito añadido de que tratándose de una comedia, supieron mantener la atención, el entusiasmo y la risa de todo el público, que aplaudíamos y celebrábamos continuamente los inesperados gags que tanto nos hicieron disfrutar esa noche.     
   De las dos actrices en escena, Cristina y Elena, me cautivó especialmente la que hacía el papel de “la granjera”, Cristina Gallego, por su atractivo físico y capacidad para interpretar un personaje encantador, de una entrañable ingenuidad, con un desparpajo soberbio y mucha sensualidad. Dallas Wayne, la granjera, nos hizo reír continuamente, nos emocionó y estoy seguro de que a más de uno “nos enamoró” durante las breves dos horas –hubiésemos aguantado mucho más– que duró la representación.  
   A la salida del auditorio, con esa fantástica sensación de haber asistido a un espectáculo brillante, una obra de teatro que nos hizo disfrutar, aprender y reflexionar sobre "las múltiples caras de la vida", me tropecé inesperadamente con Cristina, que visiblemente emocionada, imagino que por la satisfacción de haber hecho un más que excelente trabajo, salió a la puerta para agradecernos a sus espectadores la asistencia. Sin apenas pensarlo, me dirigí a ella, le dije que nos había encantado la obra y, Cristina, con una mirada más que profunda y conmovedora, embriagada del éxito que acababa de tener, me transmitió un sincero y profundo gesto de agradecimiento. A mí y a los muchos que se le acercaron para felicitarla. Comentándolo con la amiga que me acompañaba, le dije que me hubiera gustado decirle muchas más cosas a Cristina, y mi amiga, intuyendo muy bien lo que había detrás de mis palabras, me insistió riéndose en que Cristina todavía continuaba en la puerta, así que todavía estaba tiempo de decirle todo lo que quisiera.
   No imagino a la actriz más consagrada o famosa con la capacidad de comunicar lo mucho que nos transmitió aquella noche Cristina en el escenario, y después en el encuentro cara a cara con sus espectadores. Precisamente por no ser todavía tan famosa como probablemente lo será en un futuro, por su juventud, talento y su enorme ilusión por hacer bien su trabajo, que es el de contribuir a la felicidad de sus espectadores. Y por lo que a mí respecta, estoy seguro de que ni la proximidad de la actriz más perseguida y deseada en el mundo, me hubiesen emocionado más que la autenticidad, sencillez y sinceridad con que nos obsequió Cristina durante esos breves pero intensos segundos en los que se acercó a sus desconocidos espectadores.   
   Ayer por la noche, a eso de las 3 de la madrugada, con la Primavera ya incipiente, en vísperas de San José  y con la luna más llena y brillante que nunca, tuve la oportunidad de conocer a otra de esas personas que saben transmitir como nadie sus mejores sentimientos en tan solo  un breve instante: estábamos en Bora Bora, un local de salsa en el murciano centro de ocio Zig Zag. Hablando después con ella me contó que un accidente de tráfico que le costó una larguísima rehabilitación -demasiado tiempo sin apenas poder andar-, le llevó a valorar y a disfrutar de la vida, el baile y las personas con la máxima pasión e intensidad. El caso es que me fijé en ella observándola bailar una bachata con una expresividad, elegancia y naturalidad muy difíciles de contemplar en ningún espectáculo profesional, por la sencilla razón de que el escenario siempre impone la artificialidad de sentirte observado, mientras que a esas horas de la noche ya se bailaba en “petit comité” con total libertad y espontaneidad.  Después de presentármela un buen amigo      –mil gracias, Joaquín–, aproveché para comentarle lo mucho que me estaba emocionando verla bailar y unos minutos después le pedí que lo hiciese conmigo. La experiencia fue tan increíble –así se lo hice saber– que me siento incapaz de describirla con palabras, porque estropearía el imborrable recuerdo que guardaré siempre de mi primera bachata con Yaiza, a pesar de que es casi seguro que habrá muchas más, pero nunca con la magia e intensidad de la que me permitió descubrirla como bailarina, y sobre todo como un ser humano muy especial.             
   La pasión de Cristina y Elena  (“Grotesqués”) en su ámbito profesional –qué grande es el teatro, y qué grande lo hacen algunos actores– y la de Yaiza en sus ratos de ocio, transmitiendo en sus bailes tanta emoción  –qué grande es la salsa y qué grande la hacen los que la saben disfrutar–, son un ejemplo de esa actitud por la que cualquiera nos sentiríamos verdaderamente orgullosos de pertenecer a la raza humana. Disfrutando y sorprendiéndonos continuamente de lo mucho que los que nos rodean, incluyendo a nuestros seres queridos más cercanos, pueden aportarnos y emocionarnos.