jueves, 1 de septiembre de 2011

La corredora de maratón

El Parque de la Seda en Murcia es punto de encuentro de los que practicamos el saludable ejercicio de salir a correr, con mayor o menor velocidad, a veces andando a paso rápido. En determinados períodos y horarios podemos coincidir más de una treintena de corredores, pero el salir a correr es un deporte esencialmente solitario, donde muchos aprovechan para escuchar música con sus dispositivos MP3, mientras que otros preferimos abandonarnos a lo que nos inspire la mente y el espíritu. Y entre tanto, persiste el continuo recuento de las vueltas que llevamos, el tiempo empleado, lo que nos falta para terminar. Cada vez más cerca de la meta establecida, experimentamos la satisfacción de ir avanzando, progresando, superando las etapas de un esfuerzo que habitualmente nos compensará con notables  beneficios para nuestra salud física y emocional.  Concluido el ejercicio, el cuerpo pide una ducha tras la que tumbados en la cama o el sofá, experimentamos una intensa sensación de relax y bienestar.

   Hace un par de semanas, en pleno mes de Agosto, apenas estábamos tres o cuatro corredores en el “circuito” alrededor del Parque de la Seda.  Sin embargo, para mí fue una tarde diferente y  especial, porque mientras corríamos, me crucé con Ksenija, una chica serbia que acababa de llegar a Murcia, y ambos decidimos bajar el ritmo aunque sólo lo imprescindible para poder conversar mientras practicábamos nuestro preciado ejercicio. Porque para Ksenija dos eran los objetivos más anhelados en su vida: terminar sus estudios de Medicina y correr una maratón en menos de cuatro horas.  Habiendo ya participado en dos maratones, en varias medias maratones y hasta en una ultramaratón de 50 km, Ksenija  disfrutaba cada vez que se superaba a sí misma, convencida de que cumplido su sueño de correr esa maratón en un tiempo récord, se sentiría inmensamente feliz.    

   Mientras escuchaba a Ksenija  pensaba en todo lo que nos mueve a los seres humanos, sobre todo cuando somos jóvenes, en nuestra particular búsqueda de la felicidad. Ksenija había encontrado en el ejercicio físico su mejor aliado para potenciar su entusiasmo, energía y vitalidad.  Pero además tuvo la brillante idea de elaborar un vídeo documental disponible en internet, con el que compartir y promover su afición por las carreras de maratón, con la participación de otros corredores y la presencia de otras historias personales en torno a este  deporte.  Vivir y compartir lo mejor de tus vivencias. Comprendernos mejor a  nosotros mismos a través del diálogo con los demás.  O sencillamente, aflojar el ritmo para disfrutar de una agradable compañía y conversación, mientras corremos alrededor del Parque de La Seda en Murcia.

sábado, 30 de julio de 2011

Crisol de culturas

Su mirada y su sonrisa transmiten una madurez y seguridad impropias de una joven de tan solo veinte años. Nacida en pleno centro de La Habana, de padre murciano y madre cubana, vivió hasta los quince años en la isla caribeña, y a tan temprana edad tuvo el coraje de tomar una difícil decisión: dejar a su madre, al cielo y el mar caribeños, para venirse a vivir a la ciudad de Murcia con su padre, una nueva familia y una nueva cultura mediterráneas.
   Con su corazón dividido entre el sol del Caribe y el sol de Murcia, contando los días que quedan para las Navidades, que es el período en que todos los años vuelve a La Habana para abrazar a su madre y familia cubanas, Celia afronta el día a día con el entusiasmo de una joven que quiere disfrutar al máximo, pero también con la conciencia de que su vida ha sido un poco más dura y compleja, una vida diferente a la de sus amigos con su misma edad.   
   Orgullosa de su doble nacionalidad, de sus dos familias cubana y española, de la cultura y las gentes de ambos países, Celia consigue integrar en su forma de pensar, sentir y actuar, lo mejor de sus dos madres patrias, con la sabiduría de quien es capaz de comprender el enorme potencial y riqueza de la suma de dos culturas hermanas.

martes, 19 de abril de 2011

¿Os venís a una conferencia en bici?

Hace unas semanas, Miguel –nuestro querido Mimi– nos propuso a través de Facebook el curioso plan de asistir a una conferencia titulada “Cómo se destruye un paisaje y una forma de vivir”, a cargo del murciano Paco Franco, en los locales de una asociación de la pedanía murciana de Espinardo. Quedamos un jueves por la tarde a las 20 horas, frente al Ayuntamiento de Murcia, y desde allí nos dirigimos con cierta celeridad –queríamos llegar puntuales–  a Espinardo, más de treinta bicicletas atravesando Murcia ciudad, con la seguridad que ofrece el sentirte arropado por otros “locos” que como tú se atreven a circular en bici por unas calles saturadas de coches expandiendo sus peores humos.    
   Una vez en el local nos recibió un hombre muy afable y sonriente –después supe que era sacerdote y que el local pertenecía  a la Iglesia del Espíritu Santo, en un barrio marginal de Espinardo–, indicándonos la habitación en la que podíamos dejar las bicis y la sala en la que se iba a impartir la conferencia, donde todos nos sentamos y esperamos a que empezara. En ese instante me llamó la atención esa imagen de todos los “locos de la bici” sentaditos y en silencio, cual "colegiales disciplinados esperando al profesor", acostumbrado como estaba a observarlos en otros contextos bien diferentes: paseos en bici por la ciudad o la huerta y fiestas de "cerveza y patatas fritas" –mucho más ruidosas– a altas horas de la noche.  
   El ponente, Paco Franco, supo captar la atención del público durante las casi dos horas que duró su charla, con la tesis de que los murcianos no hemos sabido cuidar de nuestro más preciado tesoro, esa “huerta de Europa” que en parte hemos destruido en nuestro torpe afán de querer parecernos a otras ciudades “más avanzadas” que nada tienen que ver con nuestra cultura: edificios aparentemente sofisticados, grandes superficies comerciales y sobre todo carteles, numerosos carteles en enormes vallas publicitarias, que afean y deterioran el otrora paisaje huertano con sus preciosos limoneros, naranjos, tomateros y acequias.  Sin embargo, y a pesar de este panorama desolador, Paco Franco supo transmitirnos el necesario optimismo por el que todavía estaríamos a tiempo de recuperar el paisaje perdido y, sobre todo, la cultura y forma de vivir que siempre nos caracterizó a los murcianos, bien diferente a la cultura de esas otras grandes urbes europeas y norteamericanas.         

   Terminada la conferencia y con muchísima hambre –pasaban las 10 de la noche– nos dirigimos todas las bicis al bar “Las Acelgas” de Espinardo, donde por cierto se come fenomenal y muy barato, y a eso de las 00:30 regresábamos a Murcia ciudad, con el encanto que suponía atravesarla sin apenas coches, con la temperatura ideal de una noche de primavera y la sensación de plena libertad que da el circular en bici y a toda velocidad por la Plaza de la Redonda o la Gran Vía, dos de las calles más espaciosas y abiertas de Murcia, que "piden a gritos" su pronta transformación en vías peatonales con su imprescindible carril bici ;-).
   Mil gracias a Mimi, al resto de ciclistas y a Paco Franco por esa tarde-noche tan bien aprovechadas de reflexión sobre nuestras olvidadas raíces murcianas, tertulia apacible y divertida entre amigos, cena en "Las Acelgas", paseo nocturno en bicicleta y todo lo que vino después: visitas en bici a los locales de moda Atómic, Musik..., para algunos hasta altas horas de la madrugada. ¿Alguien da más?  

sábado, 16 de abril de 2011

Concierto de "notas perdidas" en la Universidad

Si tuviese que elegir mi instrumento musical favorito, sin duda sería el piano, por su destacado protagonismo a lo largo de mi vida. Entre los recuerdos de la infancia vienen a mi mente esos sábados por la mañana en los que me despertaba suavemente la música de Mozart, Beethoven, Bach, Chopin o Brahms, interpretada al piano por mi hermana, que a partir de una hora prudencial –nunca antes de las 10 de la mañana- practicaba en casa los ejercicios que le mandaban sus profesores del Conservatorio Superior de Música de Murcia.    
      Gracias a mi madre y a mi hermana, con tan sólo cinco años aprendí a interpretar al piano partituras facilitadas como la del villancico Noche de Paz o La Muñeira de Carpentier. Continué estudiando piano hasta los once y ya en la Universidad cursé algunas asignaturas de música y expresión corporal, que me animaron a retomar la afición de sentarme de vez en cuando frente al piano e intentar sacar algunas melodías. Más recientemente, mis cinco años como miembro de la coral universitaria de Murcia, me permitieron conocer a grandes pianistas y músicos con los que he disfrutado de largas veladas cantando e interpretando al piano las más variadas piezas musicales.
      Hace unos tres años, en el aula de audición de la Facultad de Educación de la Universidad de Murcia, nos juntamos un grupo de profesores y estudiantes para disfrutar de un concierto de piano a cargo de mi querida amiga Blanca, que generosamente se ofreció para deleitarnos con su talento, sensibilidad y creatividad para la interpretación musical. El hecho de que nos conociésemos casi todos los asistentes y de que Blanca fuese más una amiga y compañera de trabajo que una simple y distante concertista, generó una atmósfera familiar, entrañable y de complicidad, gracias a la que Blanca tuvo la libertad de expresar verbal y musicalmente lo que en cada momento considerase oportuno, con el beneplácito y la respuesta participativa de un público completamente entregado y expectante. Su “concierto de notas perdidas”,  porque así decidió llamarlo Blanca en un programa muy cuidado y de amplio recorrido histórico: desde “El clave bien temperado” de Bach hasta las “Danzas rumanas” de Bartók, pasando Mozart, Schuman y Granados; nos hizo disfrutar, sonreír y viajar por los senderos de la creación musical, de la mano de alguien que sabe vivir la música, sentirla y transmitirla con cariño, esmero y una sincera emoción.
       El pasado sábado por la tarde, en casa de Blanca, le recordé lo mucho que disfruté en ese concierto y le pedí que me escaneara la imagen que se puede ver tras este párrafo y que en su día ilustró el programa de su “concierto de notas perdidas”.  Ella mismo dibujó esas "corcheas viajeras" desplazándose a través de la vía de un tren,  cual metáfora genial del devenir de la música y esas emociones que inspira, tan cercanas a las sensaciones más añoradas de nuestros viajes y nuestra infancia.


      El concierto terminó con una sorpresa, una obra que no figuraba en el programa y que Blanca había compuesto semanas antes, precisamente como el mejor regalo que podía ofrecernos a sus amigos y compañeros en la sala. La mayoría de los que allí estábamos descubrimos en ese instante una nueva faceta de Blanca como creadora musical y quedamos impresionados por la belleza de una melodía tan entrañable, auténtica, espontánea y jovial como su autora. Nuestra querida pianista, que con tanto cariño y sensibilidad había interpretado a los clásicos más conocidos, culminaba deleitándonos con su más íntima visión de la música, a través de una melodía inspirada desde su personal experiencia y formación musical.
    Nunca olvidaré este brillante y singular concierto de piano. Nunca olvidaré la melodía de esa obra inédita de Blanca que tantas veces le he pedido me volviese a interpretar y que hoy, desde estas líneas, aprovecho para pedírsela en un formato sonoro que me permita  insertarla  en este post y tenerla siempre accesible en “mi álbum de vivencias y recuerdos”.   

jueves, 31 de marzo de 2011

Tu voz

¡Cuánto disfruto escuchando tu voz!  Esta tarde te llamé al móvil por un asunto menor  que debíamos resolver, pero tu voz me distrajo completamente de ese tema, devolviéndome los recuerdos de esos momentos tan agradables y divertidos que compartimos con tan buena sintonía, empatía y gratitud mutuas.  Tu voz siempre amable, educada, sonriente, encantadora y con ese acento inconfundible, me recordó cuánto te echo de menos, tus excelentes cualidades y la fuerza de tu presencia, aunque no estuvieses físicamente a mi lado. Son esas personas que tanto nos influyen y emocionan, que tanto nos aportan, que tanto queremos, admiramos  o que tanto han contribuido a nuestra felicidad las que con tan sólo el tono de su voz, de su inconfundible voz, nos sugieren y devuelven las mejores vivencias y sentimientos que una vez disfrutamos junto a ellas.

sábado, 19 de marzo de 2011

Transmitiendo una emoción

Hay personas con la capacidad innata de transmitir emociones de una forma tan intensa y especial, que nos regalan instantes en la vida imposibles de olvidar. Es su mirada, su sonrisa y su forma de hablarnos, en definitiva, su expresividad, la que provoca que nos sintamos especialmente bien a su lado, disfrutando  de la persona que te hace sentir muy importante y especial ante sus ojos, aunque solo fuese por unos segundos...   
   El pasado sábado 26 de Febrero asistí junto a una buena amiga a la representación de la obra  “Sin balas” en el auditorio de Cabezo de Torres (Murcia), interpretada por las dos excelentes actrices del dúo cómico “Las Grotesqués”.  Durante casi dos horas de representación, desde un escenario sobrio con muy pocos elementos –acaso alguna que otra silla, mesa o armario–  y sin apenas decoración, el peso de la obra recaía en la magistral interpretación de dos mujeres, que con sus gestos y expresividad simulaban todo lo que no se podía ver en el escenario: caballos, carruajes, tropas de indios y vaqueros galopando a toda velocidad, peleas con tiros por todos lados…, con el mérito añadido de que tratándose de una comedia, supieron mantener la atención, el entusiasmo y la risa de todo el público, que aplaudíamos y celebrábamos continuamente los inesperados gags que tanto nos hicieron disfrutar esa noche.     
   De las dos actrices en escena, Cristina y Elena, me cautivó especialmente la que hacía el papel de “la granjera”, Cristina Gallego, por su atractivo físico y capacidad para interpretar un personaje encantador, de una entrañable ingenuidad, con un desparpajo soberbio y mucha sensualidad. Dallas Wayne, la granjera, nos hizo reír continuamente, nos emocionó y estoy seguro de que a más de uno “nos enamoró” durante las breves dos horas –hubiésemos aguantado mucho más– que duró la representación.  
   A la salida del auditorio, con esa fantástica sensación de haber asistido a un espectáculo brillante, una obra de teatro que nos hizo disfrutar, aprender y reflexionar sobre "las múltiples caras de la vida", me tropecé inesperadamente con Cristina, que visiblemente emocionada, imagino que por la satisfacción de haber hecho un más que excelente trabajo, salió a la puerta para agradecernos a sus espectadores la asistencia. Sin apenas pensarlo, me dirigí a ella, le dije que nos había encantado la obra y, Cristina, con una mirada más que profunda y conmovedora, embriagada del éxito que acababa de tener, me transmitió un sincero y profundo gesto de agradecimiento. A mí y a los muchos que se le acercaron para felicitarla. Comentándolo con la amiga que me acompañaba, le dije que me hubiera gustado decirle muchas más cosas a Cristina, y mi amiga, intuyendo muy bien lo que había detrás de mis palabras, me insistió riéndose en que Cristina todavía continuaba en la puerta, así que todavía estaba tiempo de decirle todo lo que quisiera.
   No imagino a la actriz más consagrada o famosa con la capacidad de comunicar lo mucho que nos transmitió aquella noche Cristina en el escenario, y después en el encuentro cara a cara con sus espectadores. Precisamente por no ser todavía tan famosa como probablemente lo será en un futuro, por su juventud, talento y su enorme ilusión por hacer bien su trabajo, que es el de contribuir a la felicidad de sus espectadores. Y por lo que a mí respecta, estoy seguro de que ni la proximidad de la actriz más perseguida y deseada en el mundo, me hubiesen emocionado más que la autenticidad, sencillez y sinceridad con que nos obsequió Cristina durante esos breves pero intensos segundos en los que se acercó a sus desconocidos espectadores.   
   Ayer por la noche, a eso de las 3 de la madrugada, con la Primavera ya incipiente, en vísperas de San José  y con la luna más llena y brillante que nunca, tuve la oportunidad de conocer a otra de esas personas que saben transmitir como nadie sus mejores sentimientos en tan solo  un breve instante: estábamos en Bora Bora, un local de salsa en el murciano centro de ocio Zig Zag. Hablando después con ella me contó que un accidente de tráfico que le costó una larguísima rehabilitación -demasiado tiempo sin apenas poder andar-, le llevó a valorar y a disfrutar de la vida, el baile y las personas con la máxima pasión e intensidad. El caso es que me fijé en ella observándola bailar una bachata con una expresividad, elegancia y naturalidad muy difíciles de contemplar en ningún espectáculo profesional, por la sencilla razón de que el escenario siempre impone la artificialidad de sentirte observado, mientras que a esas horas de la noche ya se bailaba en “petit comité” con total libertad y espontaneidad.  Después de presentármela un buen amigo      –mil gracias, Joaquín–, aproveché para comentarle lo mucho que me estaba emocionando verla bailar y unos minutos después le pedí que lo hiciese conmigo. La experiencia fue tan increíble –así se lo hice saber– que me siento incapaz de describirla con palabras, porque estropearía el imborrable recuerdo que guardaré siempre de mi primera bachata con Yaiza, a pesar de que es casi seguro que habrá muchas más, pero nunca con la magia e intensidad de la que me permitió descubrirla como bailarina, y sobre todo como un ser humano muy especial.             
   La pasión de Cristina y Elena  (“Grotesqués”) en su ámbito profesional –qué grande es el teatro, y qué grande lo hacen algunos actores– y la de Yaiza en sus ratos de ocio, transmitiendo en sus bailes tanta emoción  –qué grande es la salsa y qué grande la hacen los que la saben disfrutar–, son un ejemplo de esa actitud por la que cualquiera nos sentiríamos verdaderamente orgullosos de pertenecer a la raza humana. Disfrutando y sorprendiéndonos continuamente de lo mucho que los que nos rodean, incluyendo a nuestros seres queridos más cercanos, pueden aportarnos y emocionarnos.  

sábado, 22 de enero de 2011

El Magníficat de Hasse

Corría el mes de Septiembre del ahora lejano año 2000, cuando ya siendo profesor de la Universidad de Murcia, me presentaba a las pruebas que había convocado la coral universitaria para seleccionar a sus cantantes en un nuevo período de refundación a cargo de su entonces director Emilio Cano. Hasta donde yo sé, todos los que nos presentamos, con independencia de nuestras mejores o peores cualidades para cantar, fuimos admitidos, porque Emilio no quería una masa coral elitista, sino una coral completamente abierta a todo aquel universitario que quisiese formarse en la disciplina y “aventuras” del canto coral.  Esto es algo que siempre le agradeceré, porque es bien probable que en otras circunstancias no hubiese sido admitido: me precio de saber entonar razonablemente bien cualquier canción, pero mi técnica vocal todavía deja mucho que desear, por decirlo de forma suave y sin complejos.        
      Tras un importante trabajo de dos ensayos por semana, algún que otro retiro de fin de semana y numerosos conciertos, en Octubre de 2002 nos enfrentábamos a uno de los retos más bonitos de los que yo he vivido en la coral, ensayando con mucha paciencia,  intensidad y dedicación, a lo largo de unos  4 ó 5 meses, el Magníficat de Hasse, una obra musical escrita para coro y orquesta que no duraría más de 20 minutos, pero que sobrepasaba con creces el nivel que por aquel entonces teníamos algunos –afortunadamente sólo algunos- de los cantantes de aquella coral:  apenas sabíamos leer una partitura, con lo que la única solución era la de memorizar las melodías a base de repetirlas y repetirlas acompañados al piano.      
      El día del primer ensayo general junto a la Orquesta de Jóvenes de la Región de Murcia, con su entonces director  César Álvarez  a la batuta, en una de las salas del Auditorio Víctor Villegas de Murcia,  se empezaban a escuchar los primeros compases musicales de la obra a cargo de la orquesta mientras los cantantes del coro esperábamos nuestro turno para comenzar a cantar.  Muchos sentíamos los nervios del que en su vida se podía imaginar estar ensayando junto a toda una gran orquesta y con la responsabilidad de hacer algo medianamente a la altura de las circunstancias, de que se escuchasen nuestras voces, saliesen afinadas, acordes con la orquesta y en el momento oportuno. Nunca olvidaré el instante en que César nos daba la entrada: todas nuestras voces sonaron al unísono, con más fuerza que la orquesta, conjuntadas con la música y razonablemente afinadas. Segundos después y sin dejar de cantar, observábamos cómo a Carmen, subdirectora de la coral en aquellos días, se le humedecían los ojos y cómo el rostro de Emilio delataba cierto alivio y satisfacción. Ya todos un poco más tranquilos y seguros, con la emoción de escucharnos  por primera vez acompañados de una orquesta, disfrutando del efecto conjunto de tantas voces e instrumentos, nos convencimos de que sí era posible el sueño de llevar a escena nuestro Magníficat de Hasse.
     Tras una inolvidable,  emotiva e intensa gira de ensayos con la orquesta por las localidades de Beniel y Caravaca, gracias a la que mejoramos notablemente la calidad de nuestra interpretación, el día del estreno oficial en el Auditorio Víctor Villegas, una hora antes de salir a escena, nos reunimos todos los cantantes del coro en una pequeña sala del Auditorio para calentar nuestras voces y prepararnos para la actuación. Carmen nos pidió que hiciésemos un círculo, nos cogiésemos de las manos y nos mirásemos a los ojos buscando reforzar la  serenidad, unidad y confianza entre todos nosotros. La consigna era la de salir tranquilos, con la seguridad que siempre da el trabajo bien hecho y con una sonrisa que facilitase la expresividad en escena. Ya a las puertas del escenario, minutos antes de salir, un técnico de Radio Nacional de España, encargado de grabar nuestra actuación, nos advirtió de lo sensibles que eran los micrófonos a cualquier sonido por leve que fuese, refiriéndose a que debíamos tener mucho cuidado incluso al mover las hojas de las partituras. A continuación entramos pausada y ordenadamente en el escenario y nos situamos en el lugar acordado en los ensayos.
       La sala Narciso Yepes del Auditorio, con un aforo de casi dos mil personas, estaba casi llena y reinaba el silencio durante los segundos previos a la actuación. En ese momento, todos los cantantes escuchamos un disimulado y apenas perceptible “¡¡¡sonreíd cabrones!!!” procedente de uno de nosotros. Y claro que sonreímos, claro que retomamos fuerzas, confianza, alegría y entusiasmo, sobre todo recordando lo que nos acababa de advertir el técnico de la radio: afortunadamente la retransmisión no era en directo, pero muchos nos imaginábamos la cara de perplejidad de todos los que hubiesen escuchado tan exquisita exclamación.  Comenzó a sonar la orquesta, nuestras voces se unieron perfectamente afinadas en el instante preciso y me dije a mí mismo:
- Fulgencio, trata de vivir con mucha atención estos veinte minutos, observa todo lo que está sucediendo a tu alrededor, intenta disfrutar al máximo, saborear todos y cada uno de los segundos, porque ¡difícilmente te verás en otra igual, amigo mío!    


      Terminada la actuación, nos fuimos muy satisfechos y eufóricos a celebrarlo junto con los músicos de la orquesta, cenando en un restaurante a las afueras de Murcia. Llamaba la atención el contraste entre la euforia de los cantantes y la serenidad de los músicos, más jóvenes que nosotros pero mucho más bregados en lo relativo a actuaciones musicales: recientemente habían hecho una gira por China de notable éxito. Lo que ocurrió durante la cena, fruto de la euforia desbordante, ni me atrevo a contarlo en este post. Sólo diré que Emilio, que no pudo asistir, cuando se enteró de todo lo que dijimos e hicimos, se alegró de no haber venido, porque según él, hubiese sido incapaz de controlarnos.  Y a la salida del restaurante,  varios de los músicos adolescentes, mucho más formales y comedidos durante la cena,  nos preguntaron muy interesados por lo que había que hacer para formar parte de la coral universitaria, porque después de observarnos durante no más de dos horas, ni se imaginaban lo que disfrutaríamos en nuestros encuentros y viajes.           
   Cuando vienen a mi mente éstas y otras muchas escenas vividas con mis amigos de la Coral Universitaria, siento que los cuatro años que compartí junto a ellos fueron de los más intensos en emociones, vivencias y afectos. Y sonrío imaginando esa inmediata reacción que surge entre nosotros, cuando al juntarnos para recordar viejos tiempos, en pocos minutos nos da por cantar en la calle o sentados en cualquier sitio, tantas y tantas de las obras de nuestro repertorio, pero en especial dos de ellas, por su peculiar significado para los que cantamos entre los años 2000 y 2004: El Gaudeamus Igitur, que es el himno de los universitarios y el Magníficat de Hasse.    

martes, 18 de enero de 2011

Inmersos en la Naturaleza

Hace algunos días invité a Susa, una chica alemana que acaba de llegar a Murcia, a conocer algunas de las playas de nuestra Región, a poco más de cuarenta minutos en coche de la ciudad.  Susa nos visitaba con el propósito de decidirse entre varias ofertas para realizar sus prácticas profesionales universitarias  en las ciudades de Londres, Madrid,  Stanford (California) o Murcia. La impresión que obtuviese de Murcia, sus gentes, su clima y alrededores, influiría mucho en su decisión, así que decidí emplearme a fondo como “comisionado de la candidatura de Murcia” para sus inminentes estudios universitarios durante el segundo cuatrimestre del presente curso académico.    
      Llegamos a Cabo de Palos pasadas las dos de la tarde, subimos andando al faro y desde allí pudimos contemplar las magníficas vistas del Mediterráneo rodeándonos por todos lados y del Mar Menor, separado del Mediterráneo por la estrecha franja de tierra que constituye la localidad de La Manga. Pese a estar en pleno invierno, el día era muy apacible, despejado y soleado, con una temperatura en torno a los 18 grados. Yo disfrutaba explicándole a Susa el fenómeno de “los dos mares”, la curiosa circunstancia de que en cualquier punto de La Manga del Mar Menor  conviviesen dos playas naturales, la de una enorme laguna y la del mar Mediterráneo; cuando ella se percató inmediatamente de la disonancia entre la belleza que nos ofrecía la Naturaleza y la desafortunada cantidad de edificios afincados en La Manga, construidos de forma un tanto antiestética y desordenada.   
       − ¿Y todos esos  edificios son hoteles?  –me preguntó  pensando en las inevitables consecuencias de la mal llamada “promoción turística”.
      El comentario de Susa me hizo reflexionar sobre lo que ella buscaba realmente en la playa y decidí cambiar el rumbo hacia uno de los pocos espacios protegidos del litoral murciano: la playa de Calblanque. Una vez dejamos el coche en el parking habilitado para los visitantes, fuimos andando hacia la playa por un sendero perfectamente acotado y nos encontramos  solos frente a la inmensidad del mar, por detrás rodeados de montañas y en lo alto un sol radiante ligeramente suavizado por la estación invernal. Después de correr como niños por la playa, mojarnos con el agua - en absoluto fría-, hacernos fotos mientras saltábamos y no parar de reír y alborotar, el cansancio nos permitió disfrutar todavía más de la Naturaleza, cuando ya sentados en la arena y tras unos minutos de silencio, concentrados tan solo en el sonido y el aroma del viento y el mar, Susa me dijo que no quería irse de allí, que se sentía genial…    
Pd: Después de tres días conociendo Murcia y el programa Paciente Experto en nuestra ciudad, Susa nos escogió como destino para continuar su formación universitaria, curiosamente centrada en la promoción de la salud y el bienestar, a través de la búsqueda de un mayor equilibrio con la Naturaleza.