Sus numerosas obligaciones sólo le permiten que nos veamos
un día a la semana, generalmente los martes o miércoles. Nos conocimos casi por
casualidad, los dos paseando en bici por Murcia capital, y desde el primer
instante sentimos una fuerte conexión entre nosotros. Planificamos nuestro
primer martes con una excursión en bici, en dirección al Valle de Ricote.
Quedamos a las 18 horas en la Biblioteca General de la C/ Juan Carlos I de
Murcia, de allí fuimos al Campus Universitario de Espinardo, cogimos la Vía
Verde del Noroeste, trazada sobre la antigua vía de tren que unía Murcia y
Caravaca, atravesamos Molina de Segura y una vez llegamos al río, abandonamos
la Vía Verde para girando a la derecha y siguiendo el cauce del río Segura, a
tan sólo 700 metros descubriésemos un paisaje completamente diferente: predominaba el verde frondoso, decenas de chopos altísimos,
el río expandido como un lago, la brisa suave aliviando el calor de aquella
tarde, el dulce trino de varias especies de pájaros…. Literalmente tumbados a
la orilla del río disfrutamos de la Naturaleza, del regalo de sus vistas, su
aroma, sus sonidos, su tacto y su sabor a “cerezas y chocolate”, que fue lo que
merendamos mientras contemplábamos una maravillosa puesta de sol. Sentí la necesidad de abrazar a Teresa, pero
no me atreví a pedírselo.
El pasado martes planificamos algo muy poco habitual.
Quedamos a las 21:30 en la puerta del cine Rex, uno de los pocos que quedan
abiertos en la ciudad. También llevábamos comida para la cena en la mochila -bocadillos, fruta y chocolate-. Hacía mucho
calor en Murcia, pero conforme nos alejábamos de la ciudad, ya en el carril
bici que bordea el río Segura, sentimos el alivio de una brisa sensacional. Nos
desplazamos en dirección a Alcantarilla y paramos en la Contraparada, un azud o
presa pequeña donde el río retiene su curso en forma de cascada. De forma
inesperada, Teresa sacó un libro de su mochila y empezó a leer poemas de Mario
Benedetti. Extendí mi toalla en el suelo, me tumbé y aproveché para sumergirme
y concentrarme en las maravillosas sensaciones que estaba experimentando: la
melodiosa y emocionada voz de Teresa, el mensaje de los poemas de Benedetti, el
murmullo del río segura como “música de fondo”,
una intensa luz blanca que provenía de la luna llena, la brisa de la
noche, la magia de la oscuridad. Nos
dimos un abrazo sincero, muy tierno, cariñoso, sentido y duradero, del que
ninguno de los dos nos queríamos separar.
Eran las 2 de la madrugada cuando regresábamos a Murcia,
también disfrutando al máximo de las bicis en el viaje de vuelta y en mi caso
con la nostalgia de que concluía una noche muy especial para los dos. Una vez
en el portal de la casa de Teresa, volví a abrazarla y nos dijimos con la voz
un tanto emocionada:
- - ¡Ha sido maravilloso, vivir tan intensamente lo que nos
regala la Naturaleza. Una experiencia única, nos lo hemos pasado genial!
Y yo le respondí:
- ¡Hasta el próximo Martes, Teresa!