Hace unas semanas, Miguel –nuestro querido Mimi– nos propuso a través de Facebook el curioso plan de asistir a una conferencia titulada “Cómo se destruye un paisaje y una forma de vivir”, a cargo del murciano Paco Franco, en los locales de una asociación de la pedanía murciana de Espinardo. Quedamos un jueves por la tarde a las 20 horas, frente al Ayuntamiento de Murcia, y desde allí nos dirigimos con cierta celeridad –queríamos llegar puntuales– a Espinardo, más de treinta bicicletas atravesando Murcia ciudad, con la seguridad que ofrece el sentirte arropado por otros “locos” que como tú se atreven a circular en bici por unas calles saturadas de coches expandiendo sus peores humos.
Una vez en el local nos recibió un hombre muy afable y sonriente –después supe que era sacerdote y que el local pertenecía a la Iglesia del Espíritu Santo, en un barrio marginal de Espinardo–, indicándonos la habitación en la que podíamos dejar las bicis y la sala en la que se iba a impartir la conferencia, donde todos nos sentamos y esperamos a que empezara. En ese instante me llamó la atención esa imagen de todos los “locos de la bici” sentaditos y en silencio, cual "colegiales disciplinados esperando al profesor", acostumbrado como estaba a observarlos en otros contextos bien diferentes: paseos en bici por la ciudad o la huerta y fiestas de "cerveza y patatas fritas" –mucho más ruidosas– a altas horas de la noche.
El ponente, Paco Franco, supo captar la atención del público durante las casi dos horas que duró su charla, con la tesis de que los murcianos no hemos sabido cuidar de nuestro más preciado tesoro, esa “huerta de Europa” que en parte hemos destruido en nuestro torpe afán de querer parecernos a otras ciudades “más avanzadas” que nada tienen que ver con nuestra cultura: edificios aparentemente sofisticados, grandes superficies comerciales y sobre todo carteles, numerosos carteles en enormes vallas publicitarias, que afean y deterioran el otrora paisaje huertano con sus preciosos limoneros, naranjos, tomateros y acequias. Sin embargo, y a pesar de este panorama desolador, Paco Franco supo transmitirnos el necesario optimismo por el que todavía estaríamos a tiempo de recuperar el paisaje perdido y, sobre todo, la cultura y forma de vivir que siempre nos caracterizó a los murcianos, bien diferente a la cultura de esas otras grandes urbes europeas y norteamericanas.
Terminada la conferencia y con muchísima hambre –pasaban las 10 de la noche– nos dirigimos todas las bicis al bar “Las Acelgas” de Espinardo, donde por cierto se come fenomenal y muy barato, y a eso de las 00:30 regresábamos a Murcia ciudad, con el encanto que suponía atravesarla sin apenas coches, con la temperatura ideal de una noche de primavera y la sensación de plena libertad que da el circular en bici y a toda velocidad por la Plaza de la Redonda o la Gran Vía, dos de las calles más espaciosas y abiertas de Murcia, que "piden a gritos" su pronta transformación en vías peatonales con su imprescindible carril bici ;-).
Terminada la conferencia y con muchísima hambre –pasaban las 10 de la noche– nos dirigimos todas las bicis al bar “Las Acelgas” de Espinardo, donde por cierto se come fenomenal y muy barato, y a eso de las 00:30 regresábamos a Murcia ciudad, con el encanto que suponía atravesarla sin apenas coches, con la temperatura ideal de una noche de primavera y la sensación de plena libertad que da el circular en bici y a toda velocidad por la Plaza de la Redonda o la Gran Vía, dos de las calles más espaciosas y abiertas de Murcia, que "piden a gritos" su pronta transformación en vías peatonales con su imprescindible carril bici ;-).
Mil gracias a Mimi, al resto de ciclistas y a Paco Franco por esa tarde-noche tan bien aprovechadas de reflexión sobre nuestras olvidadas raíces murcianas, tertulia apacible y divertida entre amigos, cena en "Las Acelgas", paseo nocturno en bicicleta y todo lo que vino después: visitas en bici a los locales de moda Atómic, Musik..., para algunos hasta altas horas de la madrugada. ¿Alguien da más?