lunes, 23 de junio de 2014

Dona nobis pacem

Dona nobis pacem significa “danos la paz”. Todos los músicos geniales de la historia, como Beethoven, Mozart o J. S.  Bach, han compuesto su particular “dona nobis pacem”,  en formato de canon para música coral. Pero mi preferido es, con diferencia, el del compositor murciano Manuel Soler Tenorio, un buen amigo con el que tuve la oportunidad de compartir muy emotivos y entrañables momentos  durante mi etapa como miembro de la coral universitaria de la Universidad de Murcia, entre los años 2000 y 2004.

   El primer día que invité a mi casa a Manuel, junto con otros miembros de la coral universitaria, cuando les enseñé mi habitación, explicándoles medio en broma que la cama de 1’90 metros que acababa de comprarme era de “diseño italiano” y “fabricada en la mismísima Milán”, a Manuel no se le ocurrió otra cosa que "tirarse en plancha" sobre el colchón ante la mirada estupefacta y la carcajada general de todos los presentes. Por aquel entonces Manuel era un jovencísimo cantante de la coral universitaria, que ya apuntaba maneras de genio con excentricidades como la que acabo de relatar.

   Dos años después de esa “inolvidable visita” a mi casa de Murcia, cuando tras los ensayos de los jueves de la coral, habitualmente nos juntábamos a cenar en el bar Ipanema, justo en frente del campus de la Merced de nuestra Universidad, Manuel llevó un borrador de la partitura de su “Dona nobis pacem”, que acababa de componer, y nos sugirió que la cantásemos entre él mismo (bajo),  Lucía (soprano), Ana María (contralto) y yo (tenor). Salimos a la calle huyendo del ruido del bar y en ese contexto, en una fría noche invernal frente a la fachada de la Facultad de Derecho, en la zona de “las tascas” de Murcia, sonaban por primera vez los acordes de tan bella composición.

   Cantar o escuchar el “Dona nobis pacem” de Manuel, transmite mucha paz, sosiego y serenidad. La sencillez de la melodía, la conjunción armónica de las cuatro voces y la continua repetición del único estribillo, cual mantra sagrado en busca de la felicidad, inducen a meditar y a dejarse llevar. Nuevamente la música nos aporta placer, nos emociona e inspira la esperanza en un mundo mejor, donde lo más importante seamos nosotros mismos, y nuestro esfuerzo por ser cada día más receptivos al don divino de la paz.

Pd.  Si tú también deseas emocionarte escuchando el “Dona nobis pacem” de Manuel Soler Tenorio, puedes pinchar aquí.   


domingo, 15 de junio de 2014

"Está sonriendo"

A Esther la conocí mi primer año como profesor contratado en la entonces Escuela Universitaria de Trabajo Social de la Universidad de Murcia. Es la mujer más auténtica, sabia,  atractiva y generosa que jamás he conocido. Y después de mis queridísimos padres, una de las personas que más han influido en mi vida, en mi carácter, en mi sensibilidad y cariño por las personas que me rodean, en mi actitud positiva y apasionada por la vida… Conversar con Esther, durante horas y horas, habitualmente en una cafetería de Murcia o en su despacho, ha sido una de las experiencias más gratificantes y maravillosas de mi vida. He aprendido y sigo aprendiendo muchísimo de ella. De sus palabras, su actitud ante la vida, su compromiso social, su espiritualidad y su pasión por todo lo humano y la docencia, que también ejerció en la Universidad de Murcia.    

   Después de unos diez años sin saber nada de Esther, el pasado viernes me animé a llamarla al teléfono fijo de su casa. No estaba allí, pero se puso al teléfono su marido Joaquín, al que también quiero muchísimo, y con el que estuve conversando más de una hora, intercambiando confidencias, aprendiendo de sus siempre sabias palabras por su profundo conocimiento del ser humano y la filosofía. Me explicó que regresaban a Viena el domingo por la mañana y que por su apretada agenda en Murcia era prácticamente imposible que pudiésemos abrazarnos en Murcia. Y me animó a que llamase otra vez, el sábado por la noche, porque a esa hora podría hablar y despedirme de Esther hasta su regreso definitivo a Murcia para las próximas Navidades.

   Ayer sábado fue un día muy muy muy especial. De esos que jamás olvidaré en mi vida. Conocí a Pilar, Miguel, Mª Ángeles, Moisés y Eva. Todos participamos en una carrera popular de 5 km, a las 10:30 de la mañana, por el paseo marítimo de la playa del Campello, en Alicante. Con el mar Mediterráneo acompañándonos todo el camino y nuestro espléndido sol dando color y vivacidad al paisaje. Disfrutamos de la carrera, de sentirnos acompañados, solidarios y cómplices de los más de 1000 corredores participantes. Después de la carrera, algunos bailamos salsa en el mismísimo paseo de la playa, al mediodía y aprovechando la música que animaba la fiesta. Nos bañamos en el mar Mediterráneo, comimos, regresamos a Murcia donde realizamos una corta ruta en bici acompañados del intenso y rico aroma a jazmín y limoneros de nuestra maravillosa huerta. Y ya completamente reventado, cuando acababa de llegar a mi casa a eso de las 12 de la noche, volví a llamar a Esther. Se puso al teléfono su marido Joaquín.

   -Fulgencio, Esther sabe perfectamente que eres tú y está sonriendo.
      
   Fue muy emocionante volver a conversar con Esther después de tantos años. Quedamos en que aprovechando las nuevas tecnologías, los "wasap", el "skype" y el correo electrónico, seguiríamos en contacto hasta las próximas Navidades, para las que ya hemos  planificado una cena en su preciosa casa frente a la sierra de la Cresta del Gallo, a unos 6 kilómetros de Murcia capital.

   Esther, hoy domingo me he despertado a las 6 de la madrugada, con la necesidad e ilusión de escribir este post de la serie de más de 20 en los que relato las vivencias más intensas y gratificantes de mi vida en mi queridísima Murcia. Os lo dedico a los dos, a tu marido Joaquín y a ti. Os quiero muchísimo.