lunes, 28 de marzo de 2016

A mi padre en el día de la "Pascua de Resurrección"

El pasado Viernes Santo, de madrugada, murió mi padre, Francisco, de forma sigilosa, casi imperceptible, mientras dormía en su casa y le sobrevino un inesperado y fulminante ictus cerebral. Hoy, Domingo de Resurrección,  “celebrábamos” en familia y rodeados de excelentes amigos el paso de la muerte a la Vida, con los imborrables recuerdos de un hombre bueno, que nos transmitió los valores que hoy nos han dado la fuerza para superar el doloroso trance de la pérdida de un ser tan querido.

   Hombre de profundas convicciones religiosas, Francisco supo encandilarnos con su afecto, empatía, sencillez y sabiduría, consciente de que la vida era un regalo de Dios que debíamos saber aprovechar, desde el amor al prójimo, a la Naturaleza y al trabajo bien hecho, pensando en el bien de los demás. Siempre sonriente, sereno y exquisito en el trato personal, nos enseñó el secreto de una vida plena y auténtica, basada en su espíritu de servicio para procurar la felicidad de su familia, amigos, conocidos, compañeros y clientes en su actividad laboral.

   Siendo un niño durante la funesta Guerra Civil española, comprendió desde el principio que la vida era una lucha incesante, donde el esfuerzo personal y el cariño en el núcleo familiar, configuraban el apoyo necesario para superar y sobrevivir a las dificultades que continuamente nos depara la vida. Desde la pérdida de su primera esposa, hasta las enfermedades propias y de sus seres más queridos, Francisco siempre tuvo claro que aquí estábamos de paso, que la muerte era algo muy natural, y que la fe en Dios que con tanto esmero nos había transmitido, debía confortarnos y hacernos fuertes ante la adversidad.

   Murió sin ser consciente de su marcha a la otra Vida eterna, con la misma discreción con la que disfrutó de esta vida, con el rostro apacible de quien descansa completamente relajado, satisfecho y orgulloso de los que fuimos su familia, sus amigos y del ser humano en su esencia. Porque comprendió que todos tenemos algo magnífico que aportar y que nuestro deber en la vida es potenciar lo mejor de los demás. 

   Muchísimas gracias, papá, por habernos enseñado el valor de la unidad familiar, del espíritu religioso, la bondad, la amistad y el trato amable, cariñoso y generoso con todas las personas que se cruzan en nuestra vida, y que merecen nuestro máximo respeto por su gran dignidad.   

  

4 comentarios:

  1. Es una carta preciosa. Escrita desde el dolor y la esperanza, transmite mucho de la huella imborrable que un buen padre deja en ti. Un fuerte abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias, Eva, por tus afectuosas y entrañables palabras. Un fuerte abrazo.

      Eliminar
  2. Respuestas
    1. Otro abrazo para ti y muchas gracias por seguirme en el blog.

      Eliminar